09 octubre 2006

Una semana en París (Pre2)

"Era demasiado pedirle a su olvido que me olvidase"


Madrid, 19 de octubre de 2006

[It sucks]
Fue entonces cuando llegó el momento de tomar una determinación, me estaba volviendo loco. Hasta entonces solo había creído oir lo que nunca pronunciaron sus palabras. Fue producto de la más falsa ilusión jamás contada. La decisión estaba tomada.
Aquel día, aunque hiciera algún intento por ello, no me reflejaría en ningún espejo roto que evocase a una historia pasada de final no deseado, de nuevo se me presentaba la oportunidad de dar un giro a todo, de volver a buscar la verdad, por fin podría soñar de nuevo. Estaba en mi mano arriesgarme.
[/It sucks]

Paris, 12 de septiembre de 2006.

La espera se me había hecho larga. Llegaba en el vuelo 1227 procedente de bruselas, aquel tampoco era mi día de suerte, su avión llevaba más de hora y media de retraso y mi impaciencia por verla era evidente. La esperaba ojeando el diario Le Figaro, me sorprendía ser capaz de entender parte de lo que leía cuando por el contrario era practicamente imposible comunicarme en francés con nadie. Con cada vez mayor frecuencia miraba el panel que había situado en una esquina de la cafetería.
Alrededor de la tercera vuelta al diario, una voz enlatada anunciaba que su aeronave estaba aterrizando, la palabra "landing" acompañando al esperado número de vuelo en el mencionado panel lo confirmaba. Me apresuré a pagar las dos infusiones y la tónica antes de dirigirme a la zona de llegadas.

Un mar de gente comenzaba a aparecer, escudriñaba con ansiedad cada rostro esperando encontrar el suyo, hacía ya casi tres años que no la veía, mi corazón latía como el de un quinceañero el día de su primer cita. Apareció como en mas de una ocasión imaginé, provocando una inmensa sombra que hacía invisible a la multitud. Vestía unos tejanos oscuros de pierna estrecha, calzaba unos enormes tacones que ensalzaban su figura, un jersey rojo a juego con sus labios fueron quienes se encargaron de anunciarme su llegada. Nada parecía haber cambiado lo más mínimo, ni siquiera su espléndida sonrisa.

Cuando, casi un mes antes, consulté la lista de ponentes en aquel congreso en París y entre ellos figuraba su nombre por un momento me quedé petrificado, seguidamente un escalofrío recorrió mi cuerpo en toda su extensión para terminar con un suspiro que culminó en una tímida sonrisa. Lo que tres años antes había pasado fue algo que de alguna forma marcó mi vida.

Las circunstancias en la vida sentimental de ambos en aquel momento, el hecho que estábamos empezando a hacernos un hueco en el cada vez más complicado mundo laboral, que vivíamos en dos ciudades demasiado alejadas y que además de todo ninguno de los dos éramos de los que daban su brazo a torcer fueron las causas que provocaron aquel alejamiento casi involuntario. Fueron muchos días los que la recordaba, casi todos. Algo me decía que ella también hacía por saber de mí aunque al igual que yo, lo haría de forma muy discreta.

Sevilla, 21 de julio de 2003

El gris de aquella tarde lluviosa hacía todavía más triste la despedida.
Estábamos sentados los dos en la zona de embarque, concretamente en la puerta 42 7 , no salía ningún vuelo aquel día de allí y eso nos permitía estar solos. Nos mirábamos de forma inquieta, sabíamos que llegaba el momento de decir adios después de la que posiblemente había sido la semana más especial de nuestra vida. Una semana antes éramos dos desconocidos y ahora solo me importaba separarme de ella, no despertarme a su lado. Se acercaban las 13:30, hora en la que su avión dejaría Sevilla. Mi vuelo no saldría hasta cinco horas más tarde.

Fui yo quien le insinuó que nos acercásemos a su puerta de embarque cuando me sorprendió diciendo que no tenía intención de tomar ese avión, que esperaría a que me marcharse y después buscaría otro. A pesar de lo atractiva que me resultaba la idea de pensar que estaría otras cinco horas con ella, no podía consentir que hiciese eso y traté de convencerla sin éxito. Compró otro billete, esta vez para las 19, media hora después de que yo me marchase. Durante esas casi cinco horas apenas pudimos hablar, ella estaba apoyada en mi hombro y sujetaba mi mano. Alguna vez nos mirábamos levemente y apretábamos nuestras manos. Ninguno proponía nada, era como si temiesemos estropear algo.

Llegaba la hora de partir, y cuando pronuncié su nombre rápidamente puso un dedo sobre mis labios y me dijo "no digas nada, esto ha sido demasiado especial como para estropearlo lo más mínimo", entonces me besó se dio la vuelta y una azafata rompió mi billete. No recuerdo nada más del vuelo. En aquel momento era un auténtico zombi.

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