14 noviembre 2006

Otra vez Madrid

"y llegué de nuevo a Madrid,
y me encontré con un plantón recien hecho que supo a decepción,
y con una ciudad que se comenzaba a vestir de navidad,
y conmigo mismo,
y con un poquito de inspiración olvidada..."




Llevo tiempo queriendo escribir algo acerca de lo que pienso de los planes; en realidad, no recuerdo si ya lo hice alguna vez.
El caso es que los planes no sirven para nada, son un mero signo distintivo de que eres un chico bueno y haces las cosas bien, en orden y a su tiempo.
En nuestra estúpida sociedad solo puedes ser bien considerado si has planificado tu vida. Cuanto más planificada tengas tu vida, más veces se dirá de tí: "este chico tiene futuro". No sé por quien tengo más pena, si por aquellos que ignoran la tremenda falacia que esto representa, si por aquellos que miran hacia otro lado o si por los que encima van y se lo creen. Ya le daré un par de vueltas a ésto, hoy no estoy en condiciones de escribir; me encuentro cansado, crispado y ni el cansancio ni la crispación son buenos compañeros a la hora de reflexionar.

Iré al grano en lo que me traía por aquí:
Hace ya un par de meses me propuse viajar a Madrid durante la segunda semana de noviembre con el propósito de visitar una feria. Las fechas estaban claras pero por cuestiones de trabajo me resultó imposible programar el viaje durante los días de hacienda. Además de ir por asuntos laborales tenía intención de visitar a unas personas, de hecho hasta que estaba a 100 metros del hotel el plan era cenar con ellas.
Planes, planes... a la M. los planes.
No me importa el no hacerlos, de hecho me va mucho mejor cuando no los hago. Nací con el don de la improvisación y el defecto de estar gafado cuando realizo la más mínima planificación.
Ejemplo práctico: puedo estar hablando cinco horas seguidas sin parar de un tema que ni siquiera domino sin que nadie sospeche que no lo preparé lo más mínimo y al mismo tiempo, sin embargo, no soy capaz de organizar con éxito una cena de tres personas con dos meses de antelación.
Tampoco es cuestión de dar más detalles, simplemente me siento decepcionado.
Gracias a Dios superé el sentido del ridículo hace tiempo...
Jamás me habían dado un plantón de 400kms y me ha sentado mal, sobre todo después de hacer un esfuerzo extra para acudir a dicho encuentro.
Pero no es en el plantón donde uno encuentra la decepción, es al tener que esperar a que suceda algo así para comprender lo equivocado que se puede llegar a estar.
Por defecto soy una persona confiada, cada cierto tiempo encuentro a alguien que me advierte de los peligros que esto puede acarrear y yo trato de rebatirle alegando que, a mí no me fue mal siendo así hasta ahora.
Que esto puede tener una lectura positiva es obvio, lo que me da rabia es no poder haberme podido demostrar que, por fin, todo podía ser normal.
Y ahora, que cada cual repose y descanse donde y como merezca.
Nada más colgar la llamada que no me resistí a hacer, abrí la ventana del hotel y comprobé lo bonita que estaba la ciudad decidí plantearme las cosas de otra manera. El arte de la improvisación hizo que finalmente tuviera un viernes noche genial. Primero me encontré conmigo mismo, volví a sacar un poquito de sensibilidad de la que había comenzado a perder y después me encontré con el resto de la humanidad. Un par de buenas cervecitas bien frescas y una conversación con alguien que está tan solo a una llamada de teléfono para acudir a pesar de estar cansado por haber trabajado mucho ese día, de ni siquiera haberle avisado de que llegaba a Madrid, alquien a quien descuido más de lo que merece porque tal vez sé que no necesito cuidarle para tenerle fueron suficientes... ¿No es normal que uno quiera compartir cosas como estas?

Como nota constructiva del post recomiendo un libro para regalar:
"Cuentos para regalar a las personas que más quiero" de Enrique Mariscal.
Cuesta 12,90€ y se acerca la navidad. Solo es una sugerencia. Para los que sea demasiado esta cantidad que tengan en cuenta que hay otros muchos regalos que el único coste que tienen es la voluntad de quererlos entregar, aquí van algunos:

1) El regalo de escuchar
2) El regalo de una sonrisa
3) El regalo de la poesía
4) El regalo de la mirada
5) El regalo de la ternura
6) El regalo de no estorbar
7) El regalo de el perdón
8) El regalo de un cuento

Desgraciadamente, nos sigue costando demasiado demostrar con sencillez el afecto que sentimos hacia los demás. Cualquiera de los regalos de la lista anterior sería un buen ejercicio para demostrar el afecto que sentimos hacia alguien: bien sea nuestra madre, nuestra pareja, nuestro hermano, amigo o simplemente aquella persona con la que, fortuitamente, mantuvimos una agradable conversación.

Afortunadamente hay gente que es consciente de la importancia de regalar afecto. El mismo fin de semana en el que yo pensé que quizás encontraría un abrazo de alguien a quien consideraba una persona especial, pude ver como auténticos desconocidos regalaban afecto un domingo cualquiera en el centro de Madrid. Gracias a estos últimos, desde ese día, más gente se regala abrazos. Apovecho esta última frase para añadir un nuevo elemento a la lista: 9) el regalo de la gratitud



Juzgad vosotros si era un abrazo sentido o no, y decidme si no encontráis a alguien más en la foto que se muere de la envidia.

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